Final de vacaciones

Aquel día sería diferente; mes de Marzo de un año cualquiera.

El otoño estaba cerca y se sentía el aire fresco, apenas iluminado por los rayos del sol cada vez más lento en aparecer. Siempre pensé que en esa época del año sus primeras canas, (la del sol claro) saldrían de a poco, algo así como pequeños rayitos de luz de luna que se hubieran asido a él durante la noche y proseguir brillando en el día.

Pensamientos de niña de doce años, faltaba poquito para los trece. En la casa todo era movimiento, mi mamá dando órdenes, al tiempo que me preguntaba: -¿Estás lista?- dije -¡Sí!- Subimos al coche que nos esperaba después de haber cargado maletas y otras cosas más; “Las necesarias”, habría dicho mi madre. Hicimos un viaje relativamente corto por autopista, me entretuve mirando todo el paisaje que iba pasando rápido, tanto, que por momentos no alcanzaba a retener las imágenes. De cualquier modo iba muy callada, sumida en mi estado natural, ejercer pensamientos profundos… Ingresamos a una pequeña ciudad. Llevaba puesto mi primer uniforme del colegio de secundaria, color azul “marino”, zapatos raros, nada que ver con lo anterior a ese día. ¡Cómo cambiaría mi vida a partir de entonces! En un momento me encontré frente a una enorme puerta casi igual a la de la iglesia del pueblo, las dos hojas de la misma se abrieron y una monja saludó a mi mamá con una inclinación de cabeza, lo cuento porque me pareció un acto casi reverencial. Nos invitó a pasar, me dejaron en una gran sala con pocas paredes, grandes ventanas con vidrios de esos que tienen imágenes de muchos colores, el ámbito estaba impregnado de un silencio que yo no conocía. Me senté en un lujoso sillón de madera de ésas que veía en las películas, tapizados de terciopelo color púrpura. Todo olía extraño, aún hoy no puedo definirlo. Otra puerta se abrió, mi mamá se despidió de mi con las recomendaciones de siempre, las que toda mamá da a sus hijos: que no esto, que no aquello y no sé cuántos otros NO. Sin voltear su cabeza se alejó por un zaguán, rumbo a la enorme puerta por la que habíamos entrado, abrió y sin mirar atrás la cerró; allí quedé observando con dolor, a esa "Muralla de madera" que me separaría del mundo por mucho tiempo;  nunca me había sentido tan sola como en ese momento… 

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