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La moneda.

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En este día especial, se me ocurre recordar cómo aprendí a ser honesta sin saber su significado. Este recuerdo lo escribí hace un tiempo ya pero se adapta a esta realidad de hoy. Era un domingo cualquiera de pleno verano allá en Calchaquí. La mañana soleada presagiaba una jornada de descanso hecho a la medida para el pueblo. Mi papá se levantó antes que nadie, le gustaba aspirar ese aire puro con aroma de pasto mojado por el rocío. Como era costumbre, tambien me levanté y fui tras él. Yo tenía apenas seis años de edad; lo recuerdo ya que era su compinche en algunas ocasiones.  –¿Estás aquí? la pregunta obligada al notar mi presencia tan diminuta, provocaba que levantara mi cabeza sin decir nada; lo veía tan solemne e inalcanzable... Claro, era mi papá, mi héroe, el gran sabio de los cuentos que encontraba cuando leía los libros que me regalaba. Supongo que muchas personas han tenido y tienen un papá magnífico, el mejor de todos, porque eso era o es para cada hijo. Lo acompañé a re