Para leer y disfrutar.
Una perdiz Inocencia gentil de niña impúber. Cuando avanza atenta por el trillo, vistiendo una pollerita recortada y su blusa bien ceñida, es una adolescente llena de gracia y melindres, que irradia simpatía. Su traje tiene el color del pasto de otoño, cuando el sol de las tardes herrumbrosas se tiende largamente y bajo la dulzura de sus rayos horizontales madura el día, el campo, la vida, el tiempo… Color de pasto maduro, con una oscura perdigonada que le motea el lomo. Ésta, la nuestra de ahora, se halla desteñida y desmadejada por el cautiverio. Además le cuelga un ala rota como si llevara un brazuelo en cabrestillo. Así inválida y triste, buscando siempre una salida inhallable, recorre el zócalo interno del jaulón, en un deambular ansioso, acompañado por unos breves píos de polluelo, nítidos como chispitas de cristal. En ocasiones, vencida por el cansancio o el desaliento, se echa en un rincón polvoroso y recuerda… Amable soledad de aquéllos