La noche aquélla...
Una noche de sábado en Calchaquí– como tantas otras– los mismos movimientos de desplazamientos familiares de un lado a otro dentro de la casona paterna, no parecía presagiar la interrupción de esa costumbre inveterada que se sucedía en los días del mes de Febrero en plenas vacaciones. En los tiempos de verano, las noches no se destacaban precisamente por un ruidoso concierto de transeúntes y vehículos particulares como en las grandes ciudades; Calchaquí tenía ese aroma particular de naranjos bordeando veredas, que se acentuaba cuando el rocío llegaba suave a humedecer hojas y hierbas. La ceremonia de la cena había concluido, ayudar en la limpieza de la cocina tambien y como toda rutina, mi padre nos llevaba al gran patio desprovisto de árboles y para cada uno de los chicos una reposera nos esperaba. Eso me gustaba mucho, podía contemplar el cielo oscuro con tantas estrellas que parecía fácil contarlas, se veían tan grandes, luminosas y parpadeantes. –¿Contemplaron por mucho tiem