La noche aquélla...

Una noche de sábado en Calchaquí– como tantas otras– los mismos movimientos de desplazamientos familiares de un lado a otro dentro de la casona paterna, no parecía presagiar la interrupción de esa costumbre inveterada que se sucedía en los días del mes de Febrero en plenas vacaciones.

En los tiempos de verano, las noches no se destacaban precisamente por un ruidoso concierto de transeúntes y vehículos particulares como en las grandes ciudades; Calchaquí tenía ese aroma particular de naranjos bordeando veredas, que se acentuaba cuando el rocío llegaba suave a humedecer hojas y hierbas.

La ceremonia de la cena había concluido, ayudar en la limpieza de la cocina tambien y como toda rutina, mi padre nos llevaba al gran patio desprovisto de árboles y para cada uno de los chicos una reposera nos esperaba. Eso me gustaba mucho, podía contemplar el cielo oscuro con tantas estrellas que parecía fácil contarlas, se veían tan grandes, luminosas y parpadeantes.

–¿Contemplaron por mucho tiempo un cielo nocturno así?–
Nunca supe porqué asociaba esa imagen con la música que me gustaba escuchar: clásica, sobre todo Chopin, ahora lo sé. De vez en cuando alguna luciérnaga le agregaba movimiento a la estática pantalla gigante que exhibía ante mis ojos la magnífica estampa de la creación universal.

Mágico e insuperable.


Todos permanecíamos en silencio para no perturbar el descanso de papá. Mamá prefería quedarse en la sala leyendo sentada en su sillón favorito. Ella tenía como objetivo ampliar sus conocimientos intelectuales, mi papá –hombre de negocios– se sumía en otra clase de pensamientos; además de acrecentar responsabilidades, nos permitía acceder a otros mundos en la medida que crecíamos y nos formaba según sus convicciones y ética. –Cuestión de principios decía a menudo.

Pasaba el tiempo, mis hermanitos estaban dormidos profundamente; habíamos jugado  mucho esa tarde y en realidad estábamos muy cansados. Yo continuaba con mi fantasía de transformarme en ave y volar muy alto hasta alcanzar una de las estrellas, creía que si lo hacía ¡LA TOCARÍA! hasta podría traérmela y guardarla en mi cofre de los recuerdos –Aunque no tenía tantos– la cuidaría mucho para que no se apagara nunca además de creerla mágica y tantas ensoñaciones como estrellas veía sobre el cielo oscuro.

A medianoche todos nos fuimos a dormir, papá cargó en sus brazos a mi hermanito de seis y mamá a mi hermanita de tres añitos, mis diez me facilitaban ser independiente así que, despues de un hasta mañana a mis padres, me acosté esperando soñar que volaba...


¡Un fuerte golpe en la ventana de la calle nos despertó a todos! Parecía alguien pidiendo ayuda y nos sobresaltó, papá preguntó: –¿Quién es? –le respondió el sonido musical de un conjunto de guitarras ejecutando como nunca un vals. –¿QUÉ?– nos quedamos todos escuchando esa música recordando el vals de los novios de algún casamiento en el pueblo.

La serenata había llegado a nuestra casa, fue una experiencia muy linda, todos estuvimos por un tiempo en el mismo espacio, disfrutando de la sorpresa que nos niveló, no nos separaban las condiciones de: mayores y niños, todos fuimos en ese momento un público invisible que aplaudió en silencio a los músicos desconocidos.

Hoy sé que ejecutaron  con guitarras, en forma impecable un vals: "Desde el alma", no recuerdo su autor.

¡Un momento! –¡Sí! lo recordé: Rosita Melo–

Gracias amigos por estar leyendo este recuerdo.

Les deseo una muy buena vida.
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Yolanda O.
Luján.

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