Recordando: El patio de las glicinas


Releo algunos de mis escritos y no puedo disipar esta sensación nostálgica de los tiempos en que la alegría siempre estaba presente en cada sonido de la naturaleza en general. 

Extraño el saludo matinal entre los vecinos, la amistad de los adultos. Desde esta distancia creada por ley inamovible, busco asilo en el único regazo seguro donde sienta cobijo: mi infancia. Y rescato nuevamente Este relato sencillo como una confesión sin preparación académica y escribí:

Despertar por las mañanas un domingo tenía su encanto, no había que apresurarse por nada, las obligaciones escolares terminaban los viernes. 
Cada domingo esperábamos alguna que otra sorpresa, así éramos los niños en aquella época; cuya infancia cursaba en un pueblo de campaña. Estábamos en plena primavera, la casa familiar contaba con diversos y variados patios, cada uno con su encanto particular...   Mi preferido el que estaba cubierto por una trepadora que le llamaban glicina, cubría mucho como un "techo" verde y florido, emanaban sus flores un perfume que en particular me obligaba a cerrar los ojos y aspirar profundo como deleite natural. Un gran espacio libre donde disfrutar de cada juego que creábamos con los chicos del vecino. 

Así se denominaban a los hijos de las familias que vivían alrededor de la casa. Ese domingo me desperté escuchando el coro del canto de los pájaros como nunca los había oído; quedé así un tiempo dando rienda suelta a mi imaginación sin límites,  ese sonido lleno de vida más el aroma de las glicinas en flor, no podían ser más perfectos para mis sentidos. Aun era muy temprano, no importaba, seguía soñando despierta dejando desfilar por mi mente a caballeros con armaduras cabalgando por bosques encantados en busca de la princesa prisionera en la torre de algún castillo... De pronto la orden: ¡Arriba!

 Y bueno, se acabó el cuento. Había mucho por hacer ese día, pues por la tarde, se festejaba un cumpleaños, el de "El Valdito", (Destaco el artículo que se anteponía a los nombres propios) diminutivo de no sé que nombre porque su mamá lo llamaba siempre así para que regresara a la casa. Estábamos todos invitados a su chocolate. Un acontecimiento destacado porque se servía la infusión bien calentito con masas, pequeñas porciones de tortas, sí, tortas, en algunos lugares actualmente lo llaman pasteles. casi al final llegaba con todos los honores ¡La torta con las velitas! no muchas, cumplía cinco, la misma cantidad de años de mi hermanita menor. Sí, la de los rulos grandes, casi rubios y sus grandes ojos celestes, curiosos e inquietos. Siendo yo la mayor debía cuidarla según las instrucciones de mamá. ¡Que no se manche el vestido! fue la orden. Éste era nada menos que de tul blanco bordado a mano especialmente para la ocasión. 

Los cumpleaños se preparaban con mucha antelación, así que el tiempo para prepararse que teníamos los invitados era suficiente. Fuimos contentos a la fiesta, cinco de la tarde en punto, llevando regalos naturalmente. ¡cuántos chicos! Todo transcurrió muy lindo, además de usar los juegos en el lugar, porque las casas importantes tenían hamacas para jugar. Solo hubo un inconveniente: mi hermanita se peleó con el "cumpleañero", él le pegó con un objeto de metal que lastimó su carita sobre una ceja; ella se enojó mucho y se volvió a casa corriendo llevándose el  regalo que había traído, yo corría detrás para alcanzarla pero me ganó, entró a la casa gritando: ¡mamáaaaaaaaa!  ¡mamáaaaaaaaa!...  y bueno, pueden ustedes sacar sus conclusiones.

Es por ello que hoy si llego a sentir el perfume de alguna flor de glicina, regreso  a aquel domingo en que no cumplí muy bien la tarea encomendada.



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