La moneda.

En este día especial, se me ocurre recordar cómo aprendí a ser honesta sin saber su significado. Este recuerdo lo escribí hace un tiempo ya pero se adapta a esta realidad de hoy.


Era un domingo cualquiera de pleno verano allá en Calchaquí. La mañana soleada presagiaba una jornada de descanso hecho a la medida para el pueblo. Mi papá se levantó antes que nadie, le gustaba aspirar ese aire puro con aroma de pasto mojado por el rocío. Como era costumbre, tambien me levanté y fui tras él. Yo tenía apenas seis años de edad; lo recuerdo ya que era su compinche en algunas ocasiones.
 –¿Estás aquí?
la pregunta obligada al notar mi presencia tan diminuta, provocaba que levantara mi cabeza sin decir nada; lo veía tan solemne e inalcanzable... Claro, era mi papá, mi héroe, el gran sabio de los cuentos que encontraba cuando leía los libros que me regalaba. Supongo que muchas personas han tenido y tienen un papá magnífico, el mejor de todos, porque eso era o es para cada hijo.

Lo acompañé a recorrer el sector del espacio cubierto de sombras prodigada por las higueras, ¿Conocen esos árboles? Seguramente sí. Bueno, cuidaba mucho esas plantas que le daban los frutos preferidos: los higos, de tres clases, los negros, blancos y otros que no recuerdo cómo los llamaba, eran grandes y especiales para hacer dulces. –De eso se encargaba mi mamá–.

De a poco el pueblo iba tomando vida. A lo lejos se escuchaba algún gallo cantar y otro contestaba del otro lado, sin dejar de percibir el alboroto en el gallinero de mamá.

Por la calle, don Evaristo caminaba silbando por el medio de la calle rumbo al centro, hacía horas extras los domingos, tenía una familia muy numerosa así que... en fin. Ese día había fútbol. Ahora sé cómo se escribe, a qué idioma pertenece su origen más toda la historia. Enfrente, en diagonal estaba la cancha, que ya les conté porque en diagonal se veía el rancho de don González. En realidad, era una manzana de terreno vacío con dos arcos. Como en esa ocasión habría un partido, se cubrían los alrededores con lonas de arpilleras, prolijamente cosidas entre sí por manos laboriosas seguramente por mamás, hermanas de jugadores o algo así. El juego comenzaría a las tres de la tarde.

En la casa de doña Cele, comenzaban los preparativos, harían pasteles dulces para vender en la entrada. Despues del desayuno, donde compartíamos toda la familia, cuatro hermanos, dos varones, dos mujeres, mi hermanita de un año, la que se llevaba toda la atención.

Ese domingo fue especial para mí, a media mañana, mi papá se puso a realizar tareas de escritorio, fue al comedor llevando dos cajas consigo, naturalmente, yo detrás de él. ¡Qué paciencia pobre hombre! se sentó, tomó una lapicera para tomar notas sobre un cuaderno gigante, claro, a mis ojos, luego destapó una de las cajas y extrajo de ella muchos papeles de varios colores, bueno, eran billetes, en otra caja había muchas monedas que me pidió las contara, de a diez, más no sabía yo. Hacía pilitas y así le ayudaba, estuvimos un buen rato. Tomó todo guardó y se fue afuera muy tranquilo a "cosechar" higos. Quedé sola en el lugar mirando cómo tomaba los elementos: un balde, una caña con un gancho en el extremo, que dejó cerca de la primera higuera y fue en busca de una alta escalera, fue entonces que me di cuenta,  sobre la mesa había quedado una moneda muy grande, la miré, no dudé, la tomé y fui corriendo hacia donde estaba él a punto de arrancar el primer higo allá en las alturas del árbol y le dije con voz alta:

–¡papá! ¡te olvidaste una moneda sobre la mesa!

Desde lo alto me miró y bajó despacio, cuando llegó al suelo, extendió la mano para recibirla, la tomó mirándome fijo casi sonriendo, extendió su mano abierta con la moneda y me dijo:

–Toma, es tuya.

Creo, reflexionando hoy, esa fue la primera recompensa que recibí por mi  honestidad y honradez. La vida compensa gratamente las buenas acciones. Soy fruto de él, de un padre modelo del cual heredé lo mejor de su concepción de ser una buena persona.

Espero no haberlo defraudado.

Un homenaje a mi padre profesor.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

En las aulas de otros tiempos.

Recordando: El patio de las glicinas

Para leer y disfrutar.