Aquella función inolvidable

En los tiempos de cuentos y barriletes, de risas, imaginación expuesta cuando nos preguntaban: "¿Qué quieres ser cuando seas grande?" y teníamos respuestas sorprendentes, tanto, que por momentos, los adultos se imaginaban siendo padres de doctores, abogados, ingenieros, científicos hasta las más osadas profesiones como ser artistas en todos los campos etc. 
En ese acontecer de una tarde pueblerina, a la hora de ir a jugar, naturalmente podía ser un sábado o domingo, indistinto para nosotros, los chicos, los niños, los compañeritos de escuela,  ¡Todos! Nos reuníamos en algún lugar de los patios de la casa, tampoco era cuestión de jugar en lugares desconocidos, observados siempre por algún mayor; podía ser el hermano que ya había cumplido la mayoría de edad y se le otorgaba la responsabilidad de ser "El mayor" el cual estaba autorizado a dar órdenes si cabía la ocasión. En algún rincón de la galería adyacente, estudiaba, en realidad nos cuidaba celosamente, sintiendo el orgullo de ser responsable desde su estatura moral.
La primera mitad de nuestro tiempo, lo empleábamos en preparar la escenografía para una obra de teatro, ¿de teatro dije? Pues ¡sí! El argumento lo había escrito Analía, ya la conocen, escribía muy bien, así que nos habíamos preparado para la actuación, teníamos el público, un total de veinte espectadores sentados en sus respectivas butacas. (no mayores de doce años, sentados sobre cajones de madera bien alineados) y más alejados de la primera fila, colocábamos algunos tablones apoyados sobre otros cajones y teníamos nuestro escenario ¡muy, pero muy alto! Desde allí nos sentíamos los actores más famosos frente a una platea exigente, culta,  que nos aplaudirían con bis y todo. Veíamos a la sala así:
Teatro Colón
Naturalmente desde nuestro mundo infantil todo era posible, pura magia además de transmitir la creación de la obra: "El sueño de Nadia". Autora, ya lo dije, Analía Gonzalez.
Miguel era el relator en off, comenzaba diciendo: Había una vez... entonces toda "la sala" completa hacía silencio absoluto. Disfrutábamos mucho haciendo de Buena, Mala, y aplicábamos todo lo aprendido en la escuela. Al final de la obra, pedía el público que yo cantara Noche de paz. Lo hacía con mucho fervor y emoción, faltaba poco para Diciembre, así que entre todos cantábamos al finalizar: "tan... tan... tan..." como si fueran las campanas de la iglesia; hasta que la última nota musical iba perdiéndose en el silencio misterioso de nuestras fantasías.



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