Los ojos del amor.

Apenas una mirada y todo un universo a disposición de la inteligencia humana desató complejos enigmas a descifrar en el transcurso de una vida.

La historia de Sara.
Después del encuentro afortunado que tuve con aquella señora en la sala de espera de la Escribanía, quedé pensando sobre los misterios que rodean una existencia donde sólo sabemos dos cosas: cuando venimos al mundo y al enterarnos porqué; todo lo demás es construcción, una arquitectura pre diseñada y programada para determinado fin; la única tarea: descubrir cuál es.

A la semana siguiente de la publicación, recibí un llamado, era la señora Sara quien muy emocionada me agradeció la atención de recordar esa fecha tan significativa para ella; agradecí con sorpresa y tantas preguntas se agolparon en mi mente que no pude soslayar, entonces le pregunté:
–¿Podríamos tener un encuentro de charla como aquélla mañana?
Aceptó sin dudar. Nos encontramos en una calurosa mañana de viernes en pleno centro de la ciudad. Cerca, la plaza principal nos invitaba a caminar por sus callejuelas rojas expuestas al sol, la generosidad de los árboles nos regalaba su sombra mientras las ramas  se movían según el viento norte le permitían; tantos sonidos provocado por el aletear de las golondrinas, el movimiento en las calles, gente caminando en distintas direcciones por las veredas del centro comercial nos fueron acompañando hasta encontrar un lugarcito acogedor y sentarnos.



Las dos sabíamos que una historia así tenía sus detalles y la continuidad de la misma aumentaba mi curiosidad por saber más. Me contó un poco de ella, que tiene setenta y cinco años de edad, pronto será el número setenta y seis, que se retiró de la actividad hace diez y ahora sus horas las pasa "haciendo sociales" con sus antiguas amigas.

Debo decirles amigos míos, que me daba gusto compartir esos momentos con Sara, cuya compañía me hacía sentir "En casa". Un mágico lazo nos envolvió a ambas;  sus manos descansaban con mucha paz sobre su regazo, eso me animó a contar algo sobre las repercusiones de su historia, me miró con cierta nostalgia pero fue un acto fugaz. Comprendí que no le resultaba fácil regresar a su pasado, pero sus ansias de dar a conocer ciertas experiencias que, como mujer le tocó en suerte vivir, la llevaban a confiar en mí, le pregunté:
–¿Cuántas personas conocen la realidad de su hijo?
Me respondió:
–Solo tú.
Esa expresión me hizo estremecer, tan grande sería de allí en más la responsabilidad que me había transmitido en solo poco tiempo. Hablamos de variados temas, de usos y costumbres, tradiciones, culturas de distintas épocas en la sociedad, cómo fue su experiencia de vida en plena juventud. En realidad no conoció el amor, las personas se casaban para formar familias, de no hacerlo así, era "mal visto" por el resto de la comunidad. Lo más penoso para mí fue escuchar cuando me dijo con cierto dejo de melancolía:
–El mismo día de mi boda, dejé de sonreír.
Me atreví a preguntar con sorpresa:
– ¿Por qué?
Aspiró profundamente, sus claros ojos quedaron fijos en dirección a cualquier parte; en esa posición inició un recorrido hacia aquella mañana del mes de Febrero del año 1968.

–Luego de la ceremonia por civil, que fue por la mañana, dimos un almuerzo en pleno centro de la ciudad para amigos y parientes de ambas familias. Yo había perdido a mi mamá hacía seis meses, mi ánimo no estaba para fiestas eso lo sabía mi papá que fue uno de los testigos. No estaba conforme con esa unión, mi flamante esposo al que yo apenas conocí, se sentía como un jeque árabe en plenitud. Todo transcurría normalmente, muchas personas presentes seguían tomándose fotos, llegó el momento de cortar el pastel de bodas, lo hicimos como dictaba la costumbre, hasta allí bien. En un momento dado, una pariente mía, más joven que yo, se acercó a la cabecera de la mesa principal y hablándole al oído al "Novio", le dijo algo que no oí, él dijo
–¡Sí!
Ella se marchó presurosa del lugar, mi flamante esposo, me dijo mientras se incorporaba:
–Ya vengo.
Tambien se marchó del salón, mi papá me miró y comentó:
–¿Qué pasó?
Le dije
–No sé
Pasó mucho tiempo, no regresaban; en un momento dado, se acercó el dueño del local y me dijo sutilmente
–Debe abonar la factura.
Quedé estupefacta al igual que mi padre, que me miró con una seriedad que hasta hoy la recuerdo. Extraje de mi pequeño bolso, la chequera y extendí un cheque por el total del gasto, firmé, lo entregué y eso fue todo. Con ese acto se completaba la amarga sensación de abandono, fue entonces que mi sonrisa se borraría para siempre.
Todos los presentes comenzaron a irse sin hacer comentarios. Conclusión, junto a mi papá, regresé sola a mi casa. Ellos llegaron cuatro horas más tarde riendo felices."

Hice un enorme esfuerzo para contener mis emociones. Puse una de mis manos sobre las de ella y solo pude decir:
–Gracias.
Nos saludamos; cada una siguió su camino hacia la aventura de vivir las horas de ese día que no olvidaré. Mientras caminaba hacia el edificio Municipal, sentí que la plaza tenía otro aspecto, casi de color gris, no era la misma que nos recibió un par de horas antes. Tal vez nos encontremos en otra oportunidad. Es mi deseo.

¿Verdad que es muy difícil ser mujer?
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Un abrazo amigos. Los quiero.
Yolanda.

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