Un Noviembre en Santa Fe

Así recuerdo mi época estudiantil. 

Un abismo de diferencia con la superficialidad que los jóvenes de hoy viven. ¿Cómo serán sus recuerdos cuando les pase la vida rápidamente? ¿Tendrán algo para contar a sus nietos? O tendrán ese vacío que esta realidad les provee tan solo con inteligencia artificial.

La propia no, ésa... ya no se usa.
___________________________________

CUANDO TODO PASA SIN DARNOS CUENTA

Se nos pasó la vida en el tiempo que dura un suspiro; aunque siga teniendo el mismo espíritu 
estudiantil de entonces.

Feliz de haber pertenecido a este grupo del quinto año cuyo único esfuerzo era llenar los espacios con risas y alegrías. Claro, nuestros frescos veinte años, nos habilitaban para ello. Éramos dueños de una inocencia gentil. De sentimientos puros, compartidos en las buenas y en las malas. ¿Cuáles fueron las buenas? Creo que todo. Las malas, al recibir una "Nota", sospechosamente baja. Anécdotas múltiples que recordamos con una sonrisa.

Noviembre de primavera en mi Santa Fe. Con sus mañanas tibias y hermosas descendiendo sin prisa, hasta depositarse somnolienta sobre nuestro camino al Instituto. Tambien las más frescas que casi pasaban inadvertidas ante la presencia de un hecho inmediato que sería el encuentro del grupo, en horas muy tempranas.

Tuvimos el privilegio de conformar el núcleo de una existencia maravillosa; llena de una sana juventud. Íbamos dejando la adolescencia para el recuerdo y casi sin desearlo hasta el último tramo de una etapa, que para mí particularmente sería el final de un corto período de tiempo de vida feliz, que jamás olvidaría.

No podíamos imaginar, que al recibir nuestro título de Maestros Normales, recibíamos al mismo tiempo un pasaje de ida, sin regreso, a otros lugares, destinos que ya no serían compartidos, llevando como equipaje la única herramienta para construir nuestra propia historia.

Diciembre del último año de la secundaria… Con sus días de exámenes, luego la culminación con la cena de gala y baile, ¡Estábamos tan felices! 

Amanecía cuando nos despedíamos prolongando todo lo posible ese momento, intuyendo que quizás no habría nuevas oportunidades de repetir esos momentos mágicos; cuando una suave brisa con sonidos melancólicos nos acariciaba, dándonos la fuerza para iniciar el camino hacia la verdadera vida, sin esas fantasías y ensueños, dejando atrás la era de la inocencia.

Comenzaba el primer día del adiós cuando emprendíamos  el regreso a casa, cada uno por su rumbo. Yo… caminaba descalza sobre una alfombra celeste formada por las flores de los jacarandás que circundaban la plaza y que habían depositado sobre la vereda. 


El cielo mostraba un pálido color celeste que en pequeños tramos las ramas de los árboles celosos dejaban ver. ¡De pronto! Un rayito de sol  se estrelló contra una hoja húmeda de rocío y un brillo enceguecedor con destellos insuperables, la convirtió en esmeralda inalcanzable.

Esa fragancia misteriosa me regaló el último día de mi vida estudiantil.

Al alejarme, creaba la distancia que traería las ausencias, ya no más risas, ni compañerismo, ni lealtad; mucho menos los grandes planes para un futuro… que  ya pasó.

Hoy, tantos años despues, la vida me trae en un aroma a jazmín, el recuerdo de un adiós.
_______________________ 

Un abrazo amigos. 
Yolanda O.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

En las aulas de otros tiempos.

Recordando: El patio de las glicinas

Para leer y disfrutar.