Todo lo que digas...
Alguna vez escribí lo siguiente porque me es natural observar algunas actitudes de las personas para entender los "por qué" de tanta agresión. "Cuidado, todo lo que digas puede ser usado en tu contra".
De ese modo cuido mi expresión oral, aunque fui formada intelectualmente por un gran profesor: Mi padre.
Es el siguiente relato una manera de entender porqué se deben cuidar las palabras que emanan de pensamientos adversos a la persona misma. Deseo lo comprendan y me comprendan. Gracias.
La gallina desplumada
Cierto
día de domingo, en pleno estallido del
verano el cual amaneció con radiante sol iluminando completamente la llanura; una mujer del lugar que vivía en una casa
grande frente a la plaza, se despertó
esa mañana algo inquieta. No había
dormido bien la noche anterior, no sabía muy bien porqué. Como todos los días
pensó: –siempre lo mismo, otro día de calor insoportable… – se levantó con
lentitud como si toda su vida le pesara mucho.
Se
miró al espejo y observó su rostro sin brillo, he hizo el siguiente balance: a
los cuarenta años sin familia propia, ni proyectos, un trabajo que no era de su
agrado, la rutina de siempre, se dijo a sí misma:
–Ojalá
hubiera aceptado casarme con don Ávila, pero es tan viejo…, ahora me doy cuenta
que lo que importa es una casa y un marido–
Continuó
con sus tareas habituales, no tenía mucho apuro pues ese día como todos los
domingos iría a comer a la casa de su
hermana. Aunque algo la tenía inquieta, no podía explicarse qué, continuó
preparándose para salir. Estaba lista cuando llamaron a la puerta, se dirigió a
ella, al abrirla se encontró frente a una vecina muy angustiada:
–¡Rosi!
Me acabo de enterar, qué tragedia!–
sorprendida
ante esa exclamación Rosi (que así la llamaban los más cercanos), preguntó:
–¿Qué
pasó? –
a
lo cual su amiga le dice:
– ¡Ay! La hija del farmacéutico se suicidó!–
Se
quedó estupefacta, no supo qué decir, apenas murmuró una pregunta:
–¿Por
qué?–
su
vecina le respondió:
–¡El novio la dejó y se casaban el sábado! Una chica tan buena!–
Un
extraño frío recorrió por todo su cuerpo, no hizo comentario alguno, la vecina
se alejó afligida. Rosi permaneció en el lugar sin atinar a nada.
Poco
a poco reaccionó y salió caminando presurosa, pero no rumbo a la casa de su
hermana, sino en sentido contrario, sus pasos la llevaron a la iglesia, una vez
dentro, en un ámbito conocido por ella, buscó al sacerdote quien al ver su
pálido rostro le preguntó:
–¿Estás
bien?–
apenas pudo murmurar:
–No
padre, he pecado horriblemente y me quiero confesar–
El
sacerdote la escuchó decir:
–Hace poco comenté en una reunión en el club,
que la hija del farmacéutico estaba enamorada de otro hombre y engañaba al
novio con quien se iba a casar, lo dije porque sentí rabia y se me ocurrió
hacer ese comentario que por supuesto no era cierto, pero ahora con lo que
ocurrió me siento mal y estoy muy arrepentida. ¿Me perdona padre?
El
sacerdote reflexionó un instante y le dijo:
–para
que recibas el perdón deberás hacer lo siguiente:
–Debes traerme
una gallina, ve–
Rosi
se desorientó, pero fue presurosa a buscarla. Pensó:
–¡Qué
bien! El perdón llegará así de fácil!–
Claro, en casa tenía un buen surtido en el gallinero, varias razas que intercambiaba con algunas amigas, así que eligió la más pintoresca, le costó atraparla pobrecita, tenía gran susto, hizo mucho barullo pero al final se quedó quietecita en las manos de su dueña.
Claro, en casa tenía un buen surtido en el gallinero, varias razas que intercambiaba con algunas amigas, así que eligió la más pintoresca, le costó atraparla pobrecita, tenía gran susto, hizo mucho barullo pero al final se quedó quietecita en las manos de su dueña.
Rosi volvió
rápidamente con el animalito a la iglesia y llamó al cura, quien al verla le pide que lo
acompañe hasta la torre del campanario. Una vez allí los dos, la mujer casi
aliviada le dice:
–Ya
traje la gallina padre... ¿Estoy perdonada?–
mientras
sostenía al animalito entre sus brazos.
El
sacerdote le dice:
–Todavía
no, ahora desplumarás esta gallina arrojando las plumas al viento, hazlo ya–
Rosi
comenzó a desplumar poco a poco a la gallina que se quejaba y revoloteaba, mientras las plumas volaban llevadas por el
viento rumbo a todas partes, por fin concluyó dejando al ave sin plumas. Preguntó entonces:
–¿Ya
estoy perdonada padre?–
–Todavía
no– respondió
el sacerdote, acto seguido le pidió:
–Ahora,
para ser perdonada por Dios, deberás recoger todas las plumas una por una,
hasta tenerlas a todas–
El
asombro fue muy grande para Rosi quien expresó con énfasis:
–¡Eso
es imposible padre!–
El
cura le respondió:
–Las
plumas son las palabras que de tu boca salieron, si las recoges a todas, Dios
te perdonará–
Yolanda G. Ojeda
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Esta reflexión es una "Tarea para el hogar".
Que la disfruten.
Cariños para todos y tengan una buena jornada.
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